El 3 de mayo es una fecha ligada, en la Historia de España, a los fusilamientos nocturnos que las tropas francesas llevaron a cabo en Madrid como represalia por el levantamiento popular del día anterior.

Una vez aplastado el último foco de insurgencia, el Cuartel de Artillería de Monteleón (actual Plaza del Dos de Mayo), Murat publicó un implacable bando en el que condenaba a muerte a todos los implicados, extensivo a quien fuera capturado con armas en la mano (por cierto, el concepto arma establecido fue análogo al que se usa hoy en los aeropuertos; cualquier cuchillo, tijera o bisturí, al margen de su tamaño, bastaba para ser arcabuceado, como le ocurrió, por ejemplo, a la famosa costurera Manuela Malasaña).

Además se prohibió enterrar a los muertos españoles durante 9 días y no se impidieron los saqueos de los soldados.

A partir de las tres de la tarde el general Grouchy, comandante en jefe de la guarnición gala en Madrid, se encargó de aplicar la represión con la colaboración de los mandos militares nacionales (salvo el general Sexti, que se negó y presentó la dimisión).

Se organizó un tribunal encargado de seleccionar a quienes debían ser ajusticiados que eligió a 43 personas, aunque decenas más lo fueron sobre la marcha.

Algunas fueron las protagonistas involuntarias de uno de los cuadros más famosos de Goya, Los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío, titulado así por el lugar elegido para la matanza aunque también hubo otros, como la casa de Campo, El Retiro o el mismo Paseo del Prado. En el lienzo del pintor aragonés, que en contra de lo que muchos creen no fue testigo ni de esos hechos ni de la carga de los mamelucos que también pintó, se ve a tipos populares madrileños (un fraile, manolos…) a punto de caer bajo las balas del pelotón de ejecución que forman los marinos de la Guardia Imperial.

Daoíz y Velarde, los dos capitanes que lideraron la resistencia en Monteleón, están enterrados bajo el obelisco en memoria del Soldado Desconocido que hay en la Plaza de la Lealtad, en la acera de enfrente del Hotel Ritz. Pero la mayoría de los ciudadanos fallecidos aquellas dos jornadas terminaron en fosas comunes.

Los que murieron en la montaña del Príncipe Pío descansan en el cementerio de La Florida, detrás de la iglesia homónima, pasando las vías del tren. Aunque un mural recuerda su sacrificio, incomprensiblemente el camposanto sólo abre el día de la efeméride.

Murat declararía públicamente a los madrileños: «El 2 de mayo será un día de luto para mí tanto como para vosotros». No lo sabía bien. Su cuñado, Napoleón, lo retiró de España porque con su torpe actuación acababa de encender la chispa de la Guerra de la Independencia.

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