Vista aérea del Grímstvötn/Imagen: Boaworm en Wikimedia Commons

Estaba esperando, pendiente de todas las estaciones metereológicas de Europa,a ver si la nube de cenizas provocada en Islandia por el volcán Grímsvötn llegaba hasta España, pero al final la erupción disminuyó y nos hemos librado con «sólo» un millar de vuelos suspendidos; una minucia, comparada con la que armó el Eyjafkalla en el sector aéreo el año pasado. En cambio los islandeses, por muy acostumbrados que estén, van a tener el cielo ennegrecido un tiempo. Y es que esa isla está situada en una zona estratégica, sobre la dorsal oceánica de Reykjanes, justo donde limitan las placas tectónicas norteamericana y eurasiática, por lo que va partiéndose en dos lentamente.

En consecuencia, la falla resultante está formando una gran grieta que es la que separa los límites de ambas plataformas y que puede apreciarse a simple vista porque éstos son enormes acantilados. En medio brota el magma y origina nuevos volcanes periódicamente, dando lugar a un sistema de 100 kilómetros de longitud y 15 de anchura en el que se cuentan decenas de volcanes. Islandia produce, si se puede decir así, la quinta parte de la lava que aflora en la Tierra.

Respecto al Grímsvötn, es su volcán más activo. Es joven, por lo que no tiene demasiada altura, 1.725 metros, pero sí una gigantesca caldera de 35 kilómetros cuadrados que, al estar situada en su mayor parte bajo el glaciar Vatnajökull, cuyos hielos tienen entre 400 y 600 metros de grosor, sus erupciones podrían producir peligrosas coladas de barro al fundirlo desde abajo en lo que se designa con un nombre local: jökulhlaup. Esperemos que Hefestos se tome un descanso. ¿Que quién es? Eso en otro post.

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