El otro día, a cuento del terremoto de Japón, un amigo me preguntaba para qué sirven los sismógrafos si los temblores siempre nos cogen por sorpresa. Evidentemente, su pregunta partía de una premisa errónea: los sismógrafos no pueden detectar seísmos con antelación; lo que hacen es registrar su magnitud para poder estudiar estos fenómenos y, si acaso, calcular cuándo se producirán las réplicas. Y, en contra de lo que se pueda creer, el intento de medir terremotos se remonta a épocas muy antiguas: nada menos que al siglo II.
En el año 132, un sabio chino llamado Zang Heng inventó un original sistema del que no se conserva ningún modelo y que hoy se conoce por descripciones posteriores (el de la foto). Consistía en un enorme jarrón de bronce con un péndulo suspendido en su interior que, según el principio físico, oscilaría menos que lo que le rodeaba. En efecto, al producirse un temblor, se abrían las bocas de unas gárgolas que rodeaban el perímetro de la vasija y el movimiento hacía que unas bolas que había en ellas cayeran en la boca de unas figuras con forma de batracio que también había alrededor, permitiendo determinar la situación del epicentro.
La idea del péndulo también se utilizó en Europa en el año 1795, cuando un relojero italiano llamado Ascanio Filomarino fabricó un simoscopio en el que los temblores provocaban que se pusiera en marcha un reloj y sonaran sus campanas. La originalidad del aparato estaba en que las sacudidas quedaban registradas en una cinta de papel, como en la actualidad. No obstante, el invento no le trajo a Filomarino beneficios precisamente: fue linchado por una turba que le consideró blasfemo.
En 1856 otro italiano ideó el primer sismógrafo moderno aunque lo orientó principalmente a tratar de predecir erupciones del Vesubio. Luigi Palmieri añadió al péndulo unos tubos llenos de mercurio que, al producirse temblores, hacían contacto con unos cables de platino colocados justo por encima del nivel y provocaban el giro de unas poleas. Éstas registraban las ondas y se complementaban con un muelle vertical. Treinta años más tarde el geólogo inglés John Milne -que, por cierto, trabajaba en Japón- aportó los toques definitivos para registrar las sacudidas verticales y horizontales.
Desde entonces los sismógrafos se han basado en el concepto del péndulo y el rodillo de papel -al principio tipo carbón para evitar que se agotara la tinta en el momento más inoportuno- hasta la sustitución de este último por cinta magnética, primero, y tecnología digital después.
Foto: wikimedia
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