Hoy se inaugura oficialmente en Turín la Esperienza Italia 150, el largo programa -de marzo a noviembre de 2011- con el que los italianos celebrarán el siglo y medio del nacimiento de su país o, más concretamente, su unificación. Un proceso histórico en el que pocos saben que España intervino, aunque no muy gloriosamente ni para ayudar. Para explicar grosso modo cómo empezó, decir que los primeros pasos fueron dados por el piamontés conde Cavour entre 1830 y 1848, al amparo del movimiento romántico de la época, el Risorgimento, la inspiración ideológica de los carbonarios de Mazzini. Hasta entonces la península transalpina estaba dividida en varios estados, entre los que destacaban Lombardía (en poder de Austria), el reino del Piamonte, el de las Dos Sicilias, los Estados Pontificios…

Intervención española Unificación italiana

Aún se hallaba en pleno desarrollo cuando el movimiento quedó envuelto en la Revolución del 48, provocando el rechazo del papa Pío IX y su negativa a mandar sus tropas contra el invasor austríaco. La decisión sentó tan mal que tuvo que huir de Roma disfrazado y perdió buena parte de los territorios de los Estados Pontificios, que pasaron a manos de la nueva República Romana. La conferencia de Gaeta, convocada por el gobierno español para buscar una solución amistosa, fracasó y el presidente del ejecutivo, el general Narváez, descartando la idea inicial de acoger al pontífice en Baleares, decidió enviar un cuerpo expedicionario en alianza con Francia y Nápoles, nombrando a Fernández de Córdova (sí, con uve) para mandarlo; quizá recordaba a aquel otro Fernández de Córdoba, alias el Gran Capitán, que tantas victorias había obtenido en Italia siglos atrás o, simplemente, es que ambos eran buenos amigos.

El contingente estaba formado por cinco mil hombres, auxiliados por una escuadra de cinco buques, que desembarcaron en Terracina, cerca de Gaete, donde se había refugiado Pío IX con ayuda del embajador español Martínez de la Rosa. Sin embargo los napolitanos se retiraron antes de empezar y los franceses se adelantaron, asediando Roma por su cuenta; cuando llegó Córdova, el general galo Charles Oudinot ya había derrotado a los revolucionarios -dirigidos por un tal Garibaldi- y la expedición hispana quedó en nada. Siete meses más tarde recibía la orden de regresar, eso sí cargada de medallas concedidas por el Papa.

A los doce años, en 1861, Italia era un reino unificado bajo la corona de Víctor Manuel II y los papas vieron reducido su estado a lo que es hoy; quien mejor lo expresó fue Napoleón III en uno de sus habituales ejercicios de cinismo: «El Papa no necesita más territorio que el jardín del Vaticano».

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