Imagen: Keith Ruffles en Wikimedia Commons

Comida a base de pan y agua, dormir en somieres de hierro cuando no tienes que hacer marchas nocturnas, ducharse con agua fría en un lugar en el que el invierno alcanza 30º bajo cero, limpiar retretes, recibir toda clase de insultos, gritos y órdenes, así como castigos en forma de ejercicios físicos… ¿Alguien puede considerar esto una vacaciones? Pues parece ser que sí, al menos en el hotel-prisión de Karosta, en Letonia.

Lo cierto es que no se trata de un lugar único, como cualquiera podría pensar. De un tiempo a esta parte han empezado a menudear los hoteles en los que uno puede vivir unas jornadas como si estuviera preso. Y Karosta, en la localidad de Liepaja, a 200 kilómetros de la capital Riga, es uno de ellos. Quizá de los más siniestros por su historia, que se remonta a finales del siglo XIX, cuando la ciudad acogía una base naval del Imperio Ruso.

En 1903 se construyó un severo edificio de ladrillo para albergar el hospital militar pero sólo se usó con ese fin durante dos años, pues luego se habilitó como cárcel y ya no cambiaría hasta 1997. Eso sí, no sólo el régimen zarista la utilizó sino también el comunista y, durante la Segunda Guerra Mundial, el nazi, que lo destinó a prisión para desertores.

Pero no todo está en el currículum. También están la sordidez de las instalaciones, la dureza climática del entorno y el catálogo de actividades especiales al gusto del huésped. Karostas ofrece al cliente un programa, que incluye servicios como los citados al principio, identificadas por inequívocos nombres como Tras las rejas (que cuesta de 5 a 9 lats, 7-13 euros), Noche extrema (10 lats, 14,20 euros) o una en la que se admiten niños desde 12 años, Fuga de la URSS, que desarrolla una parte en una antigua frontera por la que se huía del país (6 lats, 8,5 euros). Y quienes se cansen del masoquismo pueden contratar tours tradicionales por la ciudad.

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