Pueden existir múltiples motivos que empujen a alguien a viajar: esa ciudad, aquel país, este paisaje, un evento… A la calle Albrecht Achilles de Berlín arriban multitud de turistas con la finalidad exclusiva de alojarse en el Propeller Island City Lodge, un hotel cuyo principal atractivo es la excentricidad de sus habitaciones.
Es fruto de la febril imaginación de Lars Stroschen, un artista alemán multidisciplinar especializado en comunicación audiovisual que firma sus trabajos con el pseudónimo Propeller Island, sacado de una novela de Julio Verne. Para financiarse, Stroschen empezó a alquilar cuartos de su vivienda a los que decoraba de forma realmente original con sus propias creaciones. El boca a boca convirtió la iniciativa en un éxito, por lo que el germano compró una pensión del mismo edificio y la transformó en hotel rediseñando los interiores de forma original y sorprendente tras un tira y afloja con las autoridades municipales, algo desconcertadas cuando se vieron en la tesitura de aprobar una licencia para aquéllo.
El establecimiento tiene una treintena de habitaciones temáticas, cada una con su propia música ambiental («escultura acústica», según el artista, que demuestra así su afición de DJ) pero, sobre todo, pintadas y amuebladas insólitamente. Una simula una celda con agujero para escapar y todo, otra tiene los muebles en el techo, una tercera ofrece ataúdes en vez de camas, al igual que la que hace lo propio con jaulas; algunas cubren sus paredes de símbolos o de espejos, otras están pintadas íntegramente de naranja… Toda la decoración es artesanal –«arte habitable», lo llama Stroschen-, por lo que se exige al cliente que tenga el debido cuidado.
Los interesados deben enviar por Internet o teléfono una reserva de los tres cuartos preferidos y, si tienen suerte, tendrán un hueco porque hay lista de espera. El precio oscila entre 99 y 115 euros pero pagando un suplemento de 25 más se puede cambiar cada noche de habitación.
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