Quien más quien menos todos conocen cómo murió Julio César. Desde Suetonio a los historiadores actuales pasando por Shakespeare, hay muchos relatos del asesinato, cada uno teñido por su propio punto de vista. César, tras sus éxitos y conquistas, se había convertido en dictador de Roma, acumulando en su persona gran cantidad de cargos. Cuando los romanos empezaron a aclamarle rex a su paso, los defensores de la República temieron que le tentara la posibilidad de ascender al trono y empezaron a conspirar. El nefasto recuerdo de la monarquía anterior pesaba aún.
El 15 de marzo del año 44 a.C. acudía a la Curia desoyendo los malos augurios pronosticados tanto por el adivino etrusco Espurnia -el que le advirtió contra los Idus de marzo– como por su propia esposa, Calpurnia, que había soñado con su muerte esa misma noche. Tampoco tuvo tiempo de leer el pergamino que le entregó en la calle el filósofo Artemidoro de Cnido, donde advertía de la conjura contra él. El dictador entró en el edificio y estaba atendiendo al senador Lucio Tulio Combrio cuando éste le descubrió la nuca: era la señal para que los conspiradores atacaran. De la sesentena de implicados, 23 clavaron sus puñales en el cuerpo de César, aunque sólo una de las cuchilladas fue mortal, la que le atravesó el corazón. Quizá la que le asestó Marco Bruto, su hijo adoptivo y destinatario de una de las frases más conocidas de la Historia: «Tu quoque, fili mio» (Tú también, hijo mío). Agonizando, César se cubrió la cabeza de nuevo con la toga y murió a los pies de la estatua de Pompeyo, su antiguo rival.
Todo esto viene a cuento de que parece haber sido descubierta en Roma la sede de la antigua Curia, lugar, pues, donde murió el personaje. Hasta ahora se sabía que debía estar en una zona conocida como Largo di Torre Argentina, al este de la Piazza Venezia, un lugar que permaneció ignoto hasta los años veinte al edificarse sobre él durante la Edad Media. Cuando el régimen de Mussolini quiso hacer lo mismo aparecieron restos de cuatro templos y lo que se identificó como antiguo teatro de Pompeyo, que era la sede de la Curia. Los últimos trabajos han sacado a la luz una letrina de mármol que se cree colocada allí tras el asesinato para impedir que los romanos rindieran culto al lugar donde falleció su querido Julio César. Falta determinar cuándo se abre al público y qué éxito tendrá.
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