Imagen: Barcex en Wikimedia Commons


Cuando llega el verano Madrid se llena de turistas y se vacía de madrileños, que huyen a la playa o la sierra. Los que se quedan suelen decir que es cuando mejor se está: la ciudad relaja su carácter de capital, el tráfico disminuye y llegan las verbenas. Si todas las regiones y pueblos de España tienen sus festejos folklóricos en los que reafirman su sentimiento regionalista exaltando lo típicamente local, Madrid recurre a estas fiestas castizas que inmortalizó el arte en versión pictórica (Goya) o musical (la zarzuela, el chotis).

Hablar de las verbenas es fácil porque basta recurrir a los tópicos: procesiones, misas solemnes, bailes al anochecer, farolillos, limonada, chocolate con churros o porras, barquilleros de chaquetilla blanca y tambor rojo, melodías al organillo, campeonatos de mus, concursos de piropos o de cabezones o de barrigudos… También espectáculos de nuevo cuño como conciertos de rock. Pero sobre todo y ante todo, chulapas y chisperos paseando con chulería, ellas con pañuelo a la cabeza, clavel en el pelo, vestido de mangas de jamón y mantón de Manila -antaño traido de Filipinas pero hoy madrileñísimo-, y ellos con gorra parpusa, chaleco ajustado y resplandecientes botines. Y se marcarán un chotis sobre una baldosa, como mandan los cánones. Lástima que la media de edad sea más bien elevada sin aparente relevo generacional, como sí ocurre en provincias.

Las verbenas estivales empiezan el 13 de junio con la de San Antonio de la Florida, donde las mozas arrojan alfileres a la pila bautismal para luego recoger con la mano las que puedan, augurando así el número de novios que tendrán. Después se reparte gratuitamente el Pan de los pobres que, según la creencia, protegerá los ahorros.

El 15 de julio llegan las de la Virgen del Carmen que celebran dos barrios tan antagónicos como Chamberí y Vallecas. El primero con la recuperada procesión por el entorno de Santa Engracia, Plaza de Chamberí, Santa Engracia y Cuatro Caminos; el segundo, que llama al evento Fiestas de la Karmela dándole una vuelta de tuerca a la gracia castiza, con la ya clásica -nació en 1982- Batalla del Agua, donde los vecinos se arrojan el líquido elemento unos a otros.

En agosto se encadenan otras tres por decisión del difunto alcalde Tierno Galván, que así dotó de una semana seguida de festejos a algunos barrios de la capital. La Latina y Embajadores tienen la de San Cayetano el día 7, con recinto ferial (tómbolas, casetas, chocolatadas) en la Plaza de Cascorro, habitualmente punto neurálgico del Rastro; se besa el pie izquierdo de la talla del santo y luego se le saca en procesión, recogiendo una flor de su carroza para asegurarse que no falte trabajo.

Del 10 al 14 es la de San Lorenzo, con procesiones por las calles de la antigua judería sobre cuya sinagoga se erigió el templo católico que los vecinos llaman con sorna Iglesia de la pulgas, por su pequeño tamaño; en la verbena de San Lorenzo se desarrollan algunos de los estrambóticos concursos antes citados.

Por último, la semana culmina entre el 6 y el 15 con la más conocida, inmortalizada por la zarzuela de Tomás Bretón y Ricardo de la Vega, la verbena de La Paloma: los vecinos del entorno de Lavapiés, la Plaza de la Paja y Las Vistillas bajan el cuadro de la Virgen hallado por Isabel Tintero en el siglo XVIII para la correspondiente procesión, donde llueven los piropos; por la noche, españoles e inmigrantes -cada vez más numerosos en el barrio- se divierten creando lo que se ha dado en llamar una verbena castiza de fusión.

¡Si don Hilarión o la Susana levantaran la cabeza…!

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