Imagen: Derek Ramsey en Wikimedia Commons

La catarata Fortuna, en la región central de Costa Rica, es uno de esos lugares que uno quiere conocer tras ver sus imágenes en un documental o contemplar fotos en una guía. Está muy cerca de otro de los sitios emblemáticos del país, el volcán Arenal. Éste es un cono de 1.633 metros de altura que continúa creciendo desde que entró en erupción por última vez en 1981; las coladas de lava caen por una de sus laderas, que presenta el clásico aspecto quemado y gris, mientras la otra contrasta por su exhuberancia vegetal. Por la noche, los turistas se arremolinan en la primera, a una distancia prudencial, para ver rodar las bombas volcánicas incandescentes que de vez en cuando expulsa el Arenal.

La catarata está un poco más al norte, separada por un cerro. Se puede llegar hasta allí a caballo (varias empresas ofrecen rutas de una a tres horas de duración), en todoterreno -se deja en un aparacamiento acondicionado- o a pie. En cualquier caso, una vez pagada la entrada -una asociación utiliza los fondos recaudados para el desarrollo de proyectos sociales en la zona- hay que bajar andando por un sendero de casi quinientos resbaladizos escalones a través del bosque. Abajo, en un claro rodeado de farallones abruptos y densa vegetación, está la poza a la que vierte sus aguas el río Fortuna mediante una espectacular cascada de 70 metros de caída. Un cartel avisa tanto de la posibilidad de bañarse como del peligro de hacerlo directamente bajo ella. Medio centenar de metros más allá se puede nadar en aguas más tranquilas; incluso hay una minúscula playa con arena.

Es una visita agradable para pasar unas horas de relax. Eso sí, luego hay que deshacer lo andado y volver a los escalones pero, esta vez, cuesta arriba. Al final hay vestuarios y duchas, aparte de la consabida tienda de recuerdos.

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