Fíjense bien en el dibujo (vale, son sólo un par de líneas mal trazadas, pero nos sirve que es lo que importa). Se trata de una habitación con una cama, una mesita, una alfombra redonda (échenle imaginación) y la puerta.

Ahora piensen: si tuviesen que dormir en esta cama con su pareja, ¿en que lado dormirían?

Si eres mujer habrás elegido cualquiera de los dos lados de la cama. Pero si eres un hombre lo más probable es que hayas elegido el lado que está más cerca de la puerta. En un 90 por ciento de los casos así es, prácticamente todos los hombres elegimos ese lado.

Es lo que se podría llamar un atavismo, un impulso que nos obliga a hacer aquello que nuestros antepasados prehistóricos hacían hace cientos de miles de años: dormir cerca de la entrada de la cueva para defenderla. Información que se transmite de generación en generación y guardamos en nuestro cerebro. Sólo eso.

Existen otros tipos de atavismo. Realmente la palabra se aplica principalmente a la aparición de elementos físicos en el cuerpo humano que se creían extinguidos, pero puede servirnos para denominar nuestros instintos heredados.


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