El otro día vimos aquí las aventuras de Felix Graf von Luckner, un marino alemán de vida rocambolesca que durante la Primera Guerra Mundial practicó el corso a bordo de un velero. Hoy vamos a contar otra historia no menos azarosa que también ocurrió durante esa contienda y, asimismo, empezó a bordo de un buque corsario de la Marina Imperial Alemana, el SMS Emden, aunque el episodio más inaudito, protagonizado por su primer oficial y varios marineros, tendría lugar en tierra: la odisea de Helmuth von Mücke.

Von Mücke nació en Zwickau (Sajonia) en 1881, el mismo año que Luckner y, como él, en el seno de una familia de sangre azul. Sólo que, en su caso, estaba arruinada y el joven Helmuth tuvo que buscarse un futuro profesional. Lo encontró en la Kaiserliche Marine, en la que ingresó en 1900, graduándose y sirviendo a lo largo de los años siguientes en el acorazado SMS Kaiser-Friedrich III hasta que en 1910 recibió su primer mando, ya como teniente: la lancha torpedera S-149.

De ahí pasó a ser primer oficial del crucero ligero SMS Emden, un buque de 118 metros de eslora y 3.364 toneladas botado en 1908 que tenía un gemelo de clase, el SMS Dresden, del que se diferenciaba únicamente en que éste tenía un motor de turbinas -más moderno- frente al de pistón del Emden. En el mismo año en que Von Mücke asumía el mando de la torpedera, el crucero fue destinado como integrante del Ostasiengeschwader (Escuadra de Asia Oriental) a Tsingtao, por entonces un protectorado alemán en China y la principal base naval de la marina del Káiser en Oriente (aún se conserva una huella importante del pasado germano en arquitectura y cultura popular).

Hellmuth von Mücke en 1915/Foto: Wikimedia Commons

La razón de enviar allí la nave era colaborar en la represión de la rebelión de los Sokehs de Ponapé, aquel territorio de la Micronesia que España había vendido a Alemania junto con las Carolinas y las Marianas en 1899 por 25 millones de pesetas para evitar que EEUU se las arrebatara en el Tratado de París. Los Sokehs habían matado a varios funcionarios teutones, descontentos con la administración colonial que les obligaba a pagar impuestos en forma de trabajos forzados varios días al año. La represión fue implacable, ejecutando a los cabecillas, condenando a prisión a los participantes y desterrando de Ponapé a medio millar de nativos.

Pero en 1914 llegaría un problema mucho más grave: el inminente estallido de la Primera Guerra Mundial. El comandante del Emden, Karl von Müller, recibió la noticia con antelación y zarpó hacia el Mar Amarillo para reunirse en la isla de Pagán (archipiélago de las Marianas) con la flota del vicealmirante Maximilian Reichsgraf von Spee. Müller era un oficial prusiano reconvertido en marino, algo habitual en el último cuarto del siglo XIX, y poseía amplia experiencia tras haber servido primero en varios destinos (uno de ellos en África Oriental, donde contrajo una malaria que ya nunca le dejó) y después, ya con el Emden a sus órdenes, en diversas exitosas acciones por China que le otorgaron un gran prestigio.

Karl von Müller en 1915/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Fue entonces cuando Helmuth von Mücke fue destinado también a ese buque y cuando se informó a Müller de que, dadas las características de su barco, debería practicar una guerra de corso por el océano Índico. El objetivo era distraer a los británicos y permitir operar con cierto desahogo a la Escuadra de Asia Oriental que mandaba Spee, que se dirigía a América del Sur y necesitaba tener protegida la retaguardia. Así, mientras los cruceros acorazados Scharnhorst y Gneisenau y los cruceros ligeros Nürnberg y Leipzig atravesaban el Pacífico, el Emden tomó rumbo opuesto.

El 4 de agosto se cobró su primera presa, un vapor correo de bandera rusa llamado Ryazan; no lo hundió sino que lo capturó y llevó al puerto de Tsingtao. Después volvió a hacerse a la mar acompañado del crucero auxiliar Cormoran y del carbonero Markomannia, dispuesto a entorpecer todo lo posible las rutas marítimas británicas. El 5 de septiembre, tras haber disfrazado su buque y enarbolando la Union Jack, Müller entró en el golfo de Bengala capturando un mercante colombiano que a continuación contrató para sí junto con otro buque apresado, el Kabinga, mientras hundía cuatro más.

Durante las semanas siguientes continuaron las triunfales acciones del corsario germano, no sólo acumulando presas una tras otra hasta sumar una treintena sino incluso bombardeando Madrás para destruir los numerosos tanques de petróleo que había en el puerto y dejar a las naves británicas sin combustible; efectivamente, con ello logró reducir gravemente el transporte por el Índico. Las correrías del Emden continuaron todo septiembre y al final, a punto también de agotar sus reservas, recaló en las Maldivas para carbonear.

Postal conmemorativa del SMS Emden y su capitán/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Días después arribó a Diego García; se trataba de una isla del archipiélago de Chagos en medio de la nada que pertenecía al Imperio Británico pero que no había recibido el aviso del estado de guerra, por lo que recibió calurosamente a los alemanes y les agasajó durante un par de jornadas mientras se carenaba el barco, probablemente con contenida guasa.

Luego, otra vez al mar y vuelta a hacer presas una tras otra hasta mediados de octubre, en que Müller decidió cambiar de aires y realizó un audaz ataque nocturno a Penang (Malasia), donde torpedeó al crucero ruso Zhemchug, que estaba inmovilizado en su puerto haciendo reparaciones. Las llamas que envolvieron al Zhemchug antes de hacerlo volar por los aires, llevándose ochenta vidas -entre ellas más de medio centenar de prostitutas chinas que estaban trabajando a bordo-, alcanzaron también a dos navíos franceses anclados al lado, un obsoleto crucero y un destructor. El Emden se retiraba ya cuando se cruzó con un carguero que procedió a apresar y con otro destructor galo que mandó al fondo.

Müller no había podido evitar causar víctimas mortales, como sí logró su colega Luckner, pero recogía siempre a los marineros del agua y esta vez no fue una excepción, dejándolos en un mercante que interceptó con la promesa de no volver a luchar en lo que quedase de guerra. Sin embargo, las catastróficas consecuencias de las acciones de Madrás y Penang determinaron a los británicos a echar el resto para ponerle fin a aquella molestia, contra la que ya se habían movilizado hasta 78 unidades de la Triple Entente.

Esquema de la incursión del SMS Emden en Penang/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El escenario final se situaría en las Islas Cocos, un conjunto de atolones coralinos ubicados entre Australia y Sri Lanka donde había una estación de radiotelégrafos que Müller se propuso destruir para cortar las comunicaciones enemigas en buena parte de Oceanía. Un comando de medio centenar de hombres, al mando del primer oficial Mücke, llevó a cabo la operación la noche del 8 de noviembre. Pero antes de conseguirlo, los operadores pudieron enviar un SOS que recibió el crucero australiano HMAS Sidney. Este navío resultó estar mucho más cerca de lo que calculaban los alemanes y se presentó de improviso por la mañana.

El Emden levó anclas y se enfrentó al Sidney, pero los cañones de éste eran de mayor alcance y le bastó mantener las distancias para destrozar en media hora al barco teutón, que con graves desperfectos, sin timón, y unas bajas que sumaban 134 muertos y 69 heridos, terminó rindiéndose y varando en un bajío para facilitar la evacuación de la tripulación. Inicialmente los australianos se fueron, dejándoles abandonados, aunque luego volvieron a por ellos e incluso permitieron a Müller conservar su espada por su valor; fue trasladado a Reino Unido mientras los suyos quedaban internados en un campo de prisioneros de Malta.

Desembarco del destacamento de Mücke en Isla de Cocos (al fondo se ve la goleta Ayesha) /Foto: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, quedó un cabo suelto: el destacamento de Mücke, que seguía en la isla y había asistido con expectación al duro combate. Viendo cuál iba a ser el resultado, se apoderaron de un desvencijado velero de 97 toneladas llamado Ayesha, con el que pusieron mar de por medio y huyeron a Padang, en las Indias Orientales Holandesas, en el comienzo de una increíble odisea: con las bombas de achique continuamente en marcha y sin agua potable a bordo, alcanzaron su meta el 14 de diciembre y el cónsul germano les facilitó contactar con el Choising, un carguero de su país en ruta hacia Yemen.

Allí desembarcaron con la idea de tomar un tren para atravesar Turquía, pero resultó que el tendido ferroviario estaba inacabado en esa zona. Pese a que se trataba de aliados, fueron retenidos varios meses por los otomanos, enfermando muchos de ellos por las malas condiciones en que les tuvieron hasta que Mücke tomó la decisión de ponerse en marcha de nuevo con o sin permiso. El grupo dejó el puerto, cruzó las montañas y llegó a la ciudad de Saná (actual capital yemení). Otra vez les retuvieron las autoridades, pero aprovecharon para reponerse, aunque uno no pudo superar la malaria.

Pecio del SMS Emden/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Un militar turco retirado les prestó dinero para alquilar un par de faluchos con los que navegaron hasta Kunfiddah, no sin perder uno por el camino. Era la primavera de 1915 y dado que por mar parecía imposible seguir, decidieron intentarlo a través de Arabia. No era una ruta exenta de peligros, teniendo en cuenta que los beduinos se habían levantado en armas contra el Imperio Otomano y, de hecho, por el camino tuvieron que pelear varias veces falleciendo tres marineros y un teniente. Temiendo ser hechos prisioneros por el jeque Abdullah, se desviaron de su meta, que era La Meca, para adquirir un bote y llegar a Al Wajh el 9 de abril. Desde allí pudieron, por fin, tomar un tren que, cruzando Siria, les dejó en Constantinopla el 23 de mayo, justo al término del fallido desembarco aliado en Gallípoli, siendo objeto de un caluroso recibimiento.

Volvieron a pisar Alemania el 5 de junio, donde a Von Mücke se le dio tratamiento de héroe; no sólo por haber dirigido aquel inaudito viaje sino también por hacerlo con sólo seis bajas. Eso sí, la mitad de los supervivientes iría muriendo en la guerra a lo largo de los años sucesivos. No fue el caso del oficial, que aprovechó su recién ganado prestigio para retirarse; la guerra le había supuesto una amarga experiencia y se convirtió en un pacifista convencido que plasmó esa postura en dos libros (Emden y Ayesha) en los que contaba sus aventuras y que tuvieron bastante en éxito en EEUU, de donde era su esposa.

Sin embargo, al igual que pasó con muchos veteranos, la humillación que supuso el Tratado de Versalles le llevó a afiliarse al NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) en 1920, entrando en la política activa. No duró mucho en ella porque nueve años más tarde, espantado ante la deriva que tomaba el partido, se dio de baja e incluso se convirtió en un opositor al nazismo; eso le supuso una condena a cadena perpetua en 1933. Ingresado sucesivamente en los campos de concentración de Kiel y Hamburgo, fue liberado en 1939 por su delicado estado de salud y en atención a su hoja de servicios. Falleció en 1957; a su capitán en el Emden, Karl von Müller, lo había matado la malaria en 1923.


Fuentes

German raiders of the First World War. Kaiserliche Marine cruisers and the epic chases Chris Sams)/German Commerce Raiders 1914–18/The Great War at sea. A naval history of the First World War (Lawrence Sondhaus)/1914. A 100 años de la Primera Guerra Mundial (Fabio Martín Baccaglioni)/Wikipedia


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