No deja de resultar curioso que la catedral más antigua del cristianismo no presente la belleza simple y primigenia del románico, la exquisita y arquetípica majestuosidad del gótico, la evocación clásica renacentista ni la magnificencia abrumadora del barroco. Se trata de un edificio difícilmente clasificable por su tempranísima edad y, sobre todo, por las reformas posteriores. Me refiero a la Catedral de Ejmiatsin, la ciudad sagrada de Armenia y sede de la Iglesia Gregoriana Apostólica.

Esta iglesia fue construida entre los años 301 y 303 por orden de Gregorio I el Iluminador después de que tuviera una visión: la de Cristo descendiendo del cielo y golpeando el suelo con un martillo de oro, indicando así el lugar donde debía erigirse el edificio.

Aunque en realidad no hay uno solo sino todo un complejo formado por la catedral propiamente dicha (cuyo aspecto básico exterior corresponde a las reformas experimentadas en el siglo XVII, pero que en el interior conserva espléndidas muestras de escultura armenia y reliquias tan estrambóticas como madera del Arca de Noé o la lanza de Longinos) y las iglesias de Santa Ripísima, Santa Gayané, Choghagat y Astvatsatsín (todas ellas del siglo VII), más un museo y un seminario. Todo el conjunto es Patrimonio de la Humanidad.

Relieve de la catedral representando a San Gregorio/Foto: Rita Wilaert en Wikimedia Commons

Es creencia común que el primer estado en proclamar al cristianismo como religión oficial fue Roma, que lo hizo de la mano de Constantino el Grande en el año 313 mediante el Edicto de Milán. Obviamente, aún cuando empezara a descomponerse en tetrarquías, triarquías y diarquías sucesivas, el Imperio Romano fue reunificado por ese emperador y seguía siendo la cabeza del mundo.

Sin embargo, Constantino no oficializó la nueva religión ese año, el séptimo de su reinado (y él sólo se convirtió cuando estaba en su lecho de muerte), sino que se limitó a dar legalidad a lo que ya era una realidad: la difusión y generalización de la fe cristiana entre los ciudadanos romanos.

Mármol de Constantino el Grande/Foto: Jean-Christophe Benoist en Wikimedia Commons

El caso es que para encontrar al primer país que convirtió el cristianismo en religión oficial hay que desviarse geográficamente hacia el este, centrar los ojos en Armenia y retroceder un poco cronológicamente, porque la fecha exacta fue el 301 d.C. Ese año fue bautizado el rey Tridates III por Gregorio I, considerado el fundador y santo patrón de la citada Iglesia Gregoriana Apostólica Armenia; la más antigua del mundo, pues.

Es decir, la nueva fe se oficializó doce años antes de que Constantino firmara el Edicto de Milán y casi ocho décadas anteriores a su asimilación al Estado imperial por Teodosio I en el 380.

Según cuenta la tradición, esa zona, situada al sur del Cáucaso y que antaño había sido un lugar de importancia fundamental en la Historia al ser tierra de hititas, mitanios, frigios y seléucidas, entre otros, con importantes dinastías como la Oróntida o la Artáxida, y que alcanzó su máximo esplendor bajo el gobierno de Tigranes el Grande antes de caer bajo la influencia de partos y romanos; esa zona, digo, fue evangelizada por los apóstoles Judas Tadeo y Bartolomé, que difundieron la palabra de Cristo con rápido éxito y cuya labor fue continuada por patriarcas como Zemendós, Atrnerséh, Mushé, Shavarsh, Levondios o Meruyán.

En ese contexto aparece Gregorio, un descendiente de una familia de la nobleza parta -de la dinastía Arsácida, para ser exactos, la que sucedió a la Artáxida- que había caído en desgracia tras asesinar a Cosroes II. Fue educado en Cesarea (actual Kayseri, en Capadocia) por un aristócrata cristiano llamado Euthalius, al que había sido confiado por deseo de su madre Okohe, que era cristiana y deseaba formar a su hijo en esa fe.

Pese a que tenía una profunda vocación apostólica, Gregorio se casó con una correligionaria llamada Miriam e incluso tuvo dos niños, pero siete años más tarde decidió renunciar a su vida familiar y lanzarse a predicar.

El monasterio de Khor Virap con el monte Ararat al fondo/Foto: MrAndrew47 en Wikimedia Commons

Hasta entonces había pasado desapercibido y, por tanto, a salvo de la venganza de Tridates III, el hijo de Cosroes, que había sucedido a su malogrado padre en el trono de Armenia. Pero al salir a la vida pública pronto fue localizado y hecho prisionero, en parte para hacerle pagar el crimen de su padre y en parte por negarse a realizar una ofrenda floral en honor de Anahit, la diosa de la fecundidad y la más importante del panteón armenio junto a Mitra.

Tras sufrir torturas y estar a punto de ser ejecutado, pasó catorce años encerrado en un calabozo subterráneo -poco más que una tumba- al pie del monte Ararat; un zulo que sólo se abría para alimentarle y donde hoy se alza el monasterio de Khor Virap.

Sin embargo, el paso del tiempo resultó peor para su captor, que, después de asesinar a un grupo de monjas que rechazaron tener trato carnal con él, contrajo una extraña enfermedad. La historia de los armenios y la Historia de Tridates, obras de su cronista y secretario Agathangelos en el siglo V y fuente principal para conocer los hechos, narra que el rey empezó a comportarse como un animal salvaje -un jabalí, dice-, viviendo en el bosque sin que nadie fuera capaz de devolverlo a palacio; algunos investigadores sugieren que sufría licantropía clínica.

Tridates implorando perdón a Gregorio (por Francesco Francazano)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El caso es que su hermana Khosrovidukht tuvo un sueño en el que el hombre encerrado en la mazmorra de Ararat curaba a Tridates y, desesperada, decidió probar. Mandó liberarlo, facilitó su recuperación y lo llevó ante el asilvestrado soberano. Olvidando su enemistad, Gregorio ordenó que se hicieran oraciones a Dios por su sanación y, en efecto, poco después consiguió hacerle recuperar la cordura.

Agradecido, el monarca no sólo le perdonó sino que declaró oficial y estatal al cristianismo, bautizándose en el año 301 y concediendo a Gregorio el cargo de Patriarca de Armenia al año siguiente.

Al envejecer, Gregorio cedió el puesto a su hijo Aristaces y se retiró a una vida ermitaña en una gruta del monte Sebuh, donde falleció en el 330. Sus restos mortales se trocearon macabramente para repartirse por varias localidades como reliquias (una mano está en la Catedral de Ejmiatsin), pero detrás dejó una iglesia fuerte y rica gracias a que los dominios de los templos paganos pasaron a su propiedad.

Es más, como en tantos otros sitios, hubo una intensa labor de sincretismo y por eso aquella Anahit que tantas desdichas le trajo a Gregorio se asimiló luego a la Virgen María, llevando hoy muchas mujeres armenias ese nombre sin saber que, paradójicamente, procede de una deidad pagana.


Fuentes

Patriotism and piety in armenian christianity (Abraham Terian)/History of the Christian Church (Williston Walker)/Great events in religion. An encyclopedia of pivotal events in religious history (Florin Curta y Andrew Holt)/Historia de San Gregorio y la conversión de Armenia (Agathangelos -en inglés-)/Wikipedia


  • Comparte este artículo:

Loading...

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.