Quizá los fans de la saga literaria sobre las aventuras de Harry Flashman no sepan que, según admitió su autor, el escritor George McDonald Fraser, su personaje se basaba en una figura histórica: el general Antoine Charles Louis Lasalle.

Si bien tienen grandes diferencias entre sí (Flashman es inglés y el otro francés, el primero no existió y el segundo sí, Flashman es cobarde aunque lo disimule mientras que el otro fue un oficial temerario que no conoció el miedo), también presentan grandes parecidos: el principal, al margen de ser golfos y algo canallas, es que ambos se convierten en admirados héroes nacionales y hay que releer más de una vez sus peripecias para creerlas.

El galo era el prototipo del húsar, reuniendo sobre su persona todos los elementos que caracterizaban a los integrantes de ese cuerpo: bravucón, jugador, mujeriego, pendenciero, indisciplinado… Pícaro incluso, si atendemos al mote que le pusieron en España.

¡Vive l’Empereur! Húsares en Friedland (Jean Baptiste Édouard Detaille)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También era bebedor y él mismo fundó la Société des Assoiffés (Sociedad de los Sedientos), para escándalo de las gentes de bien de su época. Si una vieja tonadilla soldadesca decía sobre los húsares que eran «en todas las tierras, amados por las mujeres y odiados por los maridos», él aportó su propia definición, en respuesta a la pregunta de un compañero sobre si quería matarse (bebiendo), que muchos de sus hombres tomaron al pie de la letra: «Todo húsar que no haya muerto a los treinta años es un sinvergüenza».

Lasalle parecía claramente predestinado a su oficio. Descendiente de militares y perteneciente a la baja nobleza, nació en Metz en 1775 y con apenas once años, merced a las influencias familiares, obtuvo el cargo nominal de subteniente en un regimiento de infantería.

Para entonces, pese a su juventud, dominaba todos los aspectos de la profesión, desde la equitación a la esgrima, pasando por el manejo de armas de fuego. Gracias a su sangre azul, logró pasar a formar parte de un regimiento de caballería en 1791, coincidiendo con el estallido de la Revolución Francesa, pese a tener sólo dieciséis años.

Sin embargo, lo que él pensaba que iba a ser la oportunidad para destacar se le volvió en contra: el gobierno prohibió a los aristócratas el derecho al mando y Lasalle, aunque había abrazado la revolución, tuvo que empezar otra vez desde cero, alistándose como cazador a caballo sin graduación alguna.

A base de osadía y temeridad, demostradas durante la guerra contra la Primera Coalición (Reino Unido, Austria, Prusia, Portugal, Nápoles, Cerdeña, Provincias Unidas y Sacro Imperio), ascendió a sargento. En ese contexto empezó a destacar por su singular carácter, ya que rechazó el nombramiento de teniente que le ofrecieron tras derrotar a un contingente prusiano porque, según declaró, se lo merecían todos sus hombres.

No obstante, poco después fue ascendido y dos años más tarde volvía a serlo, alcanzando el grado de capitán; resultó que sus peculiares maneras gustaron al general Kellermann -que era amigo de su familia- y le designó edecán suyo.

Napoleón en Friedland (Jean-Louis-Ernest Messonier)/Imagen: Wikimedia commons

Fue entonces cuando protagonizó uno de los episodios más inauditos de su carrera. Una noche, acompañado de diecinueve de sus fieles, entró subrepticiamente en la ciudad de Vicenza, que se hallaba en poder de los austríacos; pero no se trataba de una misión sino de una visita a una dama con la que mantenía un romance, aunque gracias a ello consiguió valiosa información.

Al amanecer fueron descubiertos y tuvieron que escapar a uña de caballo para toparse con una compañía de húsares enemigos en el camino. Se abrieron paso a sablazos y Lasalle, que quedó aislado, mató a cuatro antes de lanzarse al río para alcanzar sus líneas a nado. Llegó justo en el momento en que pasaba revista Napoleón, que no daba crédito a lo que veía: un chiflado empapado y lleno de barro se presentaba tarde a lomos de un caballo austríaco ofreciéndole informes recabados en persona.

Lo cierto es que ésa, averiguar los movimientos del adversario infiltrándose en su propio territorio, era su tipo de misión favorita, ya que le concedía un amplio margen de improvisación e iniciativa y además, como vemos, le hizo llamar la atención de Bonaparte en persona, que le ascendió a comandante del Séptimo de Húsares.

Como tal combatió en la batalla de Rívoli en 1797, de nuevo con una actuación muy destacada -con sólo veintiséis hombres puso en fuga a una brigada entera-, y así se incorporó a la campaña de Bonaparte por Egipto. Luchando en la célebre batalla de las Pirámides contra los mamelucos se ganó el ascenso a brigadier.

Y en la de Salalieh volvió a ser protagonista de otra célebre hazaña cuando perdió el sable y, para pasmo de todos, paró, desmontó, recogió el arma y volvió a la carga sin importarle el haber sido, por unos momentos, el blanco perfecto. Cortar de un mandoble las manos del mameluco que estaba a punto de matar a su superior, el futuro mariscal Davout, fue otro mérito en su currículum; a partir de ahí adoptó el típico pantalón rojo y holgado que usaban esos guerreros turcos.

La Batalla de las Pirámides (Louis-François Lejeune)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De regreso a Francia, Lasalle acompañó a Napoleón, quien, muy contento con sus servicios, le regaló un par de pistolas y un sable antes de entregarle el mando del Décimo de Húsares con el rango de coronel. Como se puede ver, al futuro emperador le había caído en gracia aquel indescriptible militar, hasta el punto de que no sólo le perdonaba sus excentricidades sino que en 1800 incluso le concedió la Legión de Honor después de su heroico comportamiento en la batalla de Vilnadiella, donde le mataron tres caballos y rompió varios sables sin dejar de combatir.

Lasalle retratado por Gros/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1805 participó en la gloriosa victoria de Austerlitz, pero antes había contraído matrimonio con Joséphine d’Aiguillon, ex-esposa del general Victor Leopold Berthier (el mejor jefe de estado mayor de Bonaparte, que también era ministro de Guerra); con ella tendría una hija, lo que no le impediría seguir con sus aventuras amorosas (alguna le costó batirse en duelo con un marido ofendido).

Napoleón le regaló doscientos mil francos y días después, cuando le preguntó por la fecha de la boda, Lasalle le respondió que cuando tuviera dinero para pagarla; se lo había gastado todo en devolver deudas… y en juegos de azar. El Emperador le disculpó una vez más; al fin y al cabo, él mismo había dicho en una ocasión que “sólo se necesita una firma para hacer un alcalde, no bastan veinte años para hacer un Lasalle”.

En la campaña contra Prusia del año siguiente Lasalle ya estaba al frente de la llamada Brigada Infernal, con la cual aplastó a la caballería enemiga y rindió al Príncipe de Hohenlohe. También fue entonces cuando protagonizó otro de los momentos culminantes de su carrera: el sitio de Stetin (Szczecin), una ciudad polaca con una imponente fortaleza en la que se atrincheraron sus defensores dispuestos a resistir porque los franceses apenas tenían medio millar de efectivos.

Lasalle tiró entonces de esa combinación de imaginación y desfachatez que le caracterizaba, ordenando talar docenas de árboles cuyos troncos se recortaron y pintaron de negro para hacerlos pasar por cañones. Luego se tiró el farol y amenazó con disparar con ellos sobre Stetin, no dejar piedra sobre piedra y pasar a cuchillo a los supervivientes, consiguiendo la rendición del enclave y la entrega de su poderosa artillería (ciento sesenta piezas, éstas de verdad), hecho decisivo para la posterior capitulación prusiana en la guerra. Cuentan que Lasalle tuvo que hacer serios esfuerzos por no estallar a carcajadas cuando el general enemigo le abrió las puertas.

La toma de Stetin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ascendido a general de división y puesto al mando de la caballería ligera, luchó junto a Murat en Heilsberg, recibió nuevas condecoraciones y se puso a las órdenes del general Bessiéres, con el que entró en España en la primavera de 1808. Su participación allí fue victoriosa en todas las acciones, con mención especial para la sangrienta batalla de Medina de Rioseco, donde sus dragones arrasaron, en notoria inferioridad numérica, a las tropas de los generales Joaquín Blake y García de la Cuesta.

Más tarde secundó a Napoleón cuando éste se desplazó personalmente para retomar la iniciativa y reconquistar Madrid, con lo que recibió una nueva distinción: el nombramiento de Conde del Imperio. También se distinguió en Medellín a las órdenes del mariscal Victor.

Pero el Emperador requirió sus servicios para la nueva campaña que había empezado contra la Quinta Coalición (Reino Unido y Austria); sus amigos Thiebault y Roederer le preguntaron si pasaría por París y su contestación fue: «Sí, es el camino más corto. Llegaré a las cinco de la mañana, pediré un par de botas, dejaré embarazada a mi esposa y me iré».

Sin embargo, esta campaña supuso el capítulo final de las andanzas de Lasalle. Tras participar en la batalla de Aspern-Essling, donde su actuación fue decisiva para evitar un desastre, llegó la de Wagram, en la que sus húsares volvieron a poner en fuga a los austríacos; pero, persiguiéndolos, Lasalle fue primero herido en el pecho y después un segundo disparo le alcanzó en la cabeza, muriendo instantáneamente, tal como esa mañana presintió que ocurriría. Había superado en cuatro los años fijados por él mismo para la muerte honorífica de un húsar.


Fuentes

La Grande Armée. Introducción al ejército de Napoleón (Miguel Ángel Martín Más) / Napoleonic light cavalry tactics (Philip Haythornthwaite) / Who’s who in military history. From 1453 to the present day (John Keegan y Andrew Wheatcroft) / The campaigns of Napoleon (David G. Chandler) / Wikipedia.


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