La publicación de El origen de las especies en 1859 revolucionó el mundo científico y dio un giro radical a los conceptos sobre el pasado del Hombre.

Aunque ha sido el nombre de su autor, Charles Darwin, el que ha calado en la mentalidad popular, en realidad no fue el único investigador que trató el tema de la evolución humana. El geólogo escocés Charles Lyell había desarrollado una propuesta similar de forma paralela expuesta en su obra Principios de geología y el propio Darwin reconoció la influencia que había tenido en él ese libro, que leyó durante su famoso viaje a bordo del HMS Beagle.

A su vez, Lyell se había inspirado en la Teoría de la Tierra del ilustrado James Hutton (también escocés, por cierto), que planteaba la primera propuesta evolucionista e incluso la posibilidad de una selección natural como mecanismo de su funcionamiento. El naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck fue otro de los pioneros del evolucionismo, aunque planteaba su desarrollo de forma errónea.

Charles Darwin en 1868, año de la muerte de Boucher de Perthes/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

El matiz diferencial de Darwin y Lyell estaba en que se atrevieron a incluir al Hombre en el esquema de la evolución, lo que implicaba no sólo la postergación de la creación directa por una mano divina sino que echaba por tierra definitivamente la teoría de la inmutabilidad de las especies y, por tanto, cambiaba de forma radical la historia del mundo al no ajustarse ésta a la cronología aceptada entonces, la de la Biblia.

Sin embargo, en ese aspecto también hubo precursores y uno de los más importantes fue el francés Jacques Boucher de Crèvecœur de Perthes, al que se considera el padre de la Prehistoria (entendiendo ésta como la disciplina que estudia dicho período), pues puso en tela de juicio esa temporarización bíblica trece años antes que Darwin y por eso le llovieron críticas implacables, siendo acusado de hereje. El tiempo demostraría que tenía razón.

Boucher de Perthes nació en la región de las Ardenas en 1788, en el seno de una familia aristocrática, siendo el mayor de siete hermanos y viviendo una infancia de actividad infatigable y juegos físicos que se imponían sobre los estudios, para los que se mostraba siempre remolón. A la larga eso provocó que su padre le sacara del internado donde estaba y le obligara a ponerse a trabajar, ingresando en 1802 en el Cuerpo de Aduanas; en el desempeño de esa función pasó seis años por Nápoles y Marsella, recibiendo el despacho de teniente y pasando luego a Livorno y a Foligno, aquí ya como subinspector.

La estancia en Italia le sirvió para convertirse en un virtuoso del violín y hacer los primeros pinitos literarios tocando todos los géneros (novela, poesía, teatro…). En 1811 regresó a su país y fue nombrado inspector de Boulogne primero, y director en París al año siguiente.

Más tarde, en 1825, sucedió a su padre al frente de la oficina aduanera de Abbeville. Para entonces ya había publicado varios libros e incluso podía presumir de amoríos con la mismísima Paulina Borghese, la díscola hermana de Napoleón, famosa no sólo por su apellido y su colección de amantes sino también por el escándalo de haber posado desnuda para el escultor Canova, que la inmortalizó en mármol como Venus victoriosa. Al parecer, Boucher de Perthes no le anduvo a la zaga en aventuras románticas. El caso es que veinte años después de su partida, regresaba a su tierra natal, de la que ya no se movería.

Es más, aunque le llegaron nuevos ascensos y promociones, los rechazó todos porque para entonces había descubierto cuál era su verdadera pasión: la botánica, que llevaba compatibilizando todo ese tiempo con su profesión hasta el punto de haber escrito alguna obra sobre el tema y conseguir entrar en la Academia de Ciencias, así como en otras sociedades científicas europeas.

No obstante, el estudio de las plantas le llevó más lejos de lo que probablemente él mismo pensaba al principio, pues empezó a centrar su atención en la geología. En parte fue gracias a la amistad que entabló con un prehistoriador llamado Casimir Picard, con quien trabajó en la organización de un museo local en Abbeville mientras empezaba a publicar una ambiciosa obra en cinco volúmenes (entre 1828 y 1841) titulada La Creación, en la que se notaba una clara influencia del prestigioso naturalista Georges Cuvier.

Los bifaces hallados por Boucher en el Somme/Foto: Didier Descouens en Wikimedia Commons

La gran atracción de los geólogos del momento eran los fósiles que, si hasta entonces habían pasado más bien desapercibidos, desde unas décadas atrás y especialmente en esa primera mitad del siglo XIX empezaban a coleccionarse como interesante objeto de estudio. El anticuario inglés John Frere había dado un primer paso recogiendo muchas piezas al sur de su país y Boucher de Perthes no se sustrajo a la moda: en 1828 encontró en un barranco aluvial de Abbeville un par de lascas de sílex que parecían talladas deliberadamente. El contexto geológico indicaba que su datación tenía que ser antediluviana forzosamente, pero optó por no revelar públicamente su descubrimiento.

Sin embargo, en 1844 volvió a hallar piezas importantes en una terraza del Somme: herramientas de piedra junto a huesos de grandes mamíferos extinguidos (en concreto un elefante y un rinoceronte); demasiado para seguir callado.

Así, en los años siguientes fue publicando los tres volúmenes de su Antiquités celtiques et antédiluviennes (Antiguedades célticas y antediluvianas), en los que reseñaba sus hallazgos y proponía la presencia del ser humano en el Pleistoceno, atendiendo al contexto del yacimiento.

El obispo Ussher (Van Ceulen)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ello suponía que el Hombre estaría sobre la Tierra mucho antes de lo que estimaba la cronología bíblica calculada por el obispo anglicano James Ussher en su libro Annalis veteris testamenti (1650), según la cual, teniendo en cuenta los personajes aparecidos en las Sagradas Escrituras, contando el número de generaciones transcurridas y considerando la duración media de la vida humana, nuestra presencia se remontaba al año 4004 a.C.(concretamente al sábado 22 de octubre a las 18:00, aunque suene a broma).

La intrusión de Boucher de Perthes en el tema resultó escandalosa porque la obra del prelado era tan estimada que nadie la discutía y solía incluirse en las ediciones británicas de la Biblia. Frente a ello aparecía aquella nueva tesis, que alcanzó especial resonancia a raíz de una conferencia impartida por su autor en 1860, En ella exponía que se produjo un obvio cambio climático en el mundo (de ahí el hallazgo de osamentas de fauna ecuatorial en Francia y la alternancia de estratos geológicos tropicales con otros polares y templados) y, lo más grave, ponía en el tapete la existencia de un hombre antediluviano contemporáneo de esos animales; la expresión era suya, aunque él no era un evolucionista.

Dibujos de Boucher de Perthes para su libro Antiquités celtiques et antédiluviennes/Imagen: Wikimedia Commons

Boucher de Perthes se atrevió por fin a dar a conocer sus descubrimientos gracias a la publicación de El origen de las especies (paradójicamente Darwin nunca le valoró) y al apoyo de algunos científicos internacionales que fue consultando a lo largo de esos años (en los que había dejado su empleo para dedicarse en exclusiva a la investigación), como Marcel Jérôme Rigollot, Hugh Falconer, Joseph Prestwich, John Evans, Robert Godwin-Austen, John Wickham Flower, Albert Gaudry, Armand de Quatrefages y Edouard Lartet o el citado Charles Lyell. Otros trataron de ridiculizarle, caso del geólogo Leonce Elie de Beaumont o incluso la misma Academia de Ciencias, porque consideraban que sus pruebas (las lascas de sílex talladas) no eran más que piedras.

Parte del desprestigio que sufrió se debió al affaire de la mandíbula de Moulin-Quignon: una quijada que uno de sus operarios encontró en 1863 en un estrato cercano a Abbeville y que fue identificada como perteneciente a uno de aquellos hombres antediluvianos al aparecer asociada a utillaje lítico, pero que resultó ser un fraude ideado por el peón para cobrar la recompensa que se ofrecía por el hallazgo de fósiles humanos.

Indirectamente, el engaño sirvió para extremar la precaución y el análisis sistemático de la comunidad científica ante los nuevos descubrimientos. Pero a Boucher le hizo daño, como se lo hicieron también su fantasía de aficionado al interpretar como inscripciones algunas muescas o la falta de concreción de una cronología para su hipótesis (algo muy difícil de hacer por la escasez de restos y la ausencia de referencias).

El caso es que en los años siguientes continuaron sacándose restos animales y objetos tallados, como el colmillo de mamut de La Madeleine en 1864 o el esqueleto de elefante de Solutr en 1866, evidenciando que Boucher de Perthes no iba tan desencaminado. Hoy sabemos que la zona que excavaba en el Somme estuvo habitada por neandertales y Homo erectus, lo que sitúa la exigida cronología entre medio y un millón de años aproximadamente. La ciencia se impuso finalmente, pero él apenas tuvo tiempo de disfrutar de ese reconocimiento porque falleció en 1868.


Fuentes

Bulletin of History and Archeology: Boucher de Perthes and the Discovery of Human Antiquity / Historia de la antropología (Manuel María Marzal) / Breve historia de los neandertales (Fernando Diez Martín) / Historia de la etnología (Angel Palerm) / Antiquités Celtiques et Antédiluviennes (Jacques Boucher de Perthes) (en inglés) / Wikipedia.


  • Comparte este artículo:

Loading...

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.