Revisando un mapa de Asia Central se observa que la mayor parte del territorio -dividido en múltiples repúblicas- es de religión islámica.

Es algo que puede resultar un tanto sorprendente si se tiene en cuenta que esa región se hallaba históricamente en el área de influencia de Rusia, con la que linda en casi todo su perímetro, y de China, con la que también comparte un considerable tramo de frontera. La causa hay que buscarla en un colosal choque armado entre el ejército chino y el musulmán en la Edad Media: la batalla de Talas.

También conocida como batalla de Artlakh (Daluosi en la versión china), tuvo lugar en el verano del año 751 d.C. a orillas del río Talas, en el territorio de lo que hoy es Kirguistán pero muy cerca de una ciudad de la vecina Kazajistán, Taraz, aunque el lugar exacto donde se desarrolló se desconoce. La arqueología tiene ahí un objetivo que además sería muy jugoso porque las fuerzas implicadas alcanzaron proporciones formidables, con casi un cuarto de millón de combatientes en liza.

La rivalidad entre el Califato Abasí y la dinastía imperial Tang por hacerse con el control de la zona, fundamental porque por allí pasaba la Ruta de la Seda, ya se había plasmado previamente con otros enfrentamientos bélicos menores. Los monarcas locales buscaban la alianza con unos u otros y la chispa definitiva surgió en el valle de Ferghana, donde en el 715 el rey Ikshid fue depuesto con ayuda del anterior Califato Omeya en beneficio de Alutar, favorable a sus intereses. El destronado soberano acudió a pedir ayuda al emperador Wu, quien envió un contingente de diez mil hombres, expulsó al usurpador y devolvió la corona a Alutar; en el proceso fueron masacradas varias ciudades, creándose un clima adverso a los chinos.

Mapa actual de Asia Central. Imagen: Themightyquill en Wikimedia Commons

Dos años después fueron los árabes los que enviaron tropas en una razia por territorio chino, que respondió recurriendo a los karlukos. Eran un pueblo de origen turco, originalmente nómada pero entonces ya asentado al sur del Mar de Aral y dedicado a la actividad mercenaria. Dado que tenían cierto parentesco con los uigures (que eran del noroeste de China pero tenían grupos establecidos por Asia Central), los karlukos mantenían buena relación con los chinos, bajo cuya influencia quedaron y pasaron a ser vasallos. De hecho, en el 717, lucharon codo con codo junto a soldados chinos contra aquellos incursores árabes.

Esta colaboración alcanzó su momento álgido en la citada batalla de Talas. En el año 750 Abu al-Abbas al-Saffah derrotó a los omeyas. Como sabemos, Abderramán pudo escapar a Al Ándalus pero los demás fueron exterminados, extendiéndose el poder de los abásidas por todo Oriente Medio y norte de África. En esa expansión, el siguiente paso era la región de Syr Darya, en una Asia Central que hasta entonces los chinos de la dinastía Tang habian conseguido retener bajo su órbita. La guerra volvía a asomar en el horizonte.

Según viejas crónicas, como la de Xuanzang, los musulmanes reunieron doscientos mil efectivos, entre soldados del califato más sus aliados turcos y tibetanos. Es posible que se trate de una exageración, ya que la fuente es china y siempre se tiende a incrementar el número de enemigos, dándose el curioso caso de que los historiadores árabes centraron su atención en occidente (derrota de Poitiers en el 732, proclamación del Emirato de Córdoba) y apenas alguno menciona la batalla en sus escritos; Ibn al Athir y Al Dahabi son dos casos excepcionales y tampoco tratan el asunto en profundidad.

Por su parte, el emperador Xuanzong envió unos diez mil hombres y un contingente no determinado de tropas del reino de Ferghana, aunque el grueso de su ejército lo componían, una vez más, veinte mil karlukos. Ambos contendientes se encontraron en el río Talas y pelearon durante varios días sin que la victoria se decantara a favor de ninguno hasta que los mercenarios y las tropas de Ferghana, quizá sobornados o abrumados por la superioridad numérica de los árabes e intuyendo lo peor, decidieron cambiar de bando.

Así, de pronto, el ejército imperial vio cómo perdía dos tercios de sus filas y, dado que además la defección se llevó a cabo en plena lucha, quedó gravemente comprometido, rodeado, con enemigos en vanguardia y retaguardia y sus antiguos aliados enfrentándosele a corta distancia. La masacre fue antológica y se estima que únicamente se salvaron dos mil chinos, gracias a que sus comandantes Gao Xianzhi y Li Siye supieron retirarse en orden, inflingiendo considerables pérdidas a los abásidas.

Situación del río Talas / foto Dominio público en Wikimedia Commons

En realidad no era algo tan grave para un país con el potencial humano de China y en 755 ya se preparaba un nuevo y masivo ejército contra los árabes cuando estalló la rebelión An Shi, que obligó al emperador a huir de la capital, a aceptar ejecutar a su concubina Yang Guifei (a quien se acusaba de manejar el gobierno a su antojo) e incluso a abdicar. Por supuesto, las tropas destinadas a Asia Central tuvieron que volver para afrontar el problema interno, poniéndose fin a la expansión china hacia el oeste. De todas formas, los Tang resultaron muy debilitados por esa revuelta y la cuestión de Asia Central pasó a segundo plano.

El califato quedó así dueño del territorio, aunque optó por no continuar expandiéndose hacia la frontera china porque el sucesor de Abu al-‘Abbas al-Saffah, su hermano Abu Jafar al-Mansur, protagonizó uno de esos sorprendentes giros que tiene la política de vez en cuando: llegó a un acuerdo con el emperador Suzong, hijo de Xuanzong, para ayudarle a recuperar el control de su capital y enfrentarse al rebelde An Lushan, que había propiciado el intento de instaurar una nueva dinastía, la Yan.

De esa manera, cuatro mil guerreros abásidas lucharon al lado de los mismos chinos a los que habían combatido poco antes y como premio se les ofrecieron tierras; muchos aceptaron y se establecieron, casándose con mujeres locales y fundando las primeras comunidades musulmanas en el país oriental. Por supuesto, no todo fue idílico y pocos años después hubo varios pogromos contra ellos en Yangzhou y Guangzhou.

Con el tiempo, tres siglos más tarde, los karlukos terminaron convirtiéndose al Islam y junto a ellos casi todos los pueblos de la región, aunque en la práctica, en Asia Central, esa religión (versión suní) convivió con el budismo (y en ciertos sitios con el cristianismo ortodoxo), lo que demostraría que en realidad China mantuvo cierta influencia cultural; el citado auxilio al emperador lo refrendaría.

El gran interrogante sobre aquel episodio de Talas, en el que no hay acuerdo entre historiadores, es determinar si supuso la puerta de entrada a occidente de la fabricación del papel, que hasta entonces tenía en China la consideración de secreto de estado. Se dice que los prisioneros chinos lo empezaron a producir en Samarkanda, revolucionando así el formato de escritura en el mundo musulmán, de donde se extendió luego a Europa.


Fuentes

Battles of Ancient China (Chris Peers) / China and the Middle East: From Silk Road to Arab Spring (Muhamad Olimat) / Dynastic China: An Elementary History (Tan Koon San) / Xinjiang: China’s Muslim Borderland (S. Frederick Starr) / Wikipedia


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