Si a Jaipur la llaman la Ciudad rosada no es por capricho sino por el tono rojizo que presenta la arquitectura urbana. No es algo tradicional, salvo que se así se considere la costumbre de pintar las casas de ese color, establecida en el año 1876 con motivo de la visita del Príncipe de Gales y mantenida desde entonces por ley. Y si hay que poner un ejemplo por encima de los demás seguramente será el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos.

Jaipur es la capital del Rajastán, ese estado norteño de la India cuyo nombre significa Tierra de los rajás; una región más bien seca, árida incluso, que, sin embargo, está salpicada de imponentes palacios y fortalezas.

El Hawa Mahal se halla en pleno centro de una ciudad cuyo trazado se hizo de forma racional, en forma reticulada, desde su fundación en el siglo XVIII.

Foto Rashid Jorvee en Wikimedia Commons

Su fachada resulta inconfundible, toda una postal, pero es lo único que queda en pie. Construido con roca arenisca en 1799 por Lal Chand Usta para el marajá Sawai Pratap Singh, en realidad formaba parte del Nakkarhkhana-ka-Dwarza, es decir, el Palacio de la Ciudad, otro impresionante complejo palaciego situado detrás que mandó edificar Jai Singh ocupando nada menos que una séptima parte de la Jaipur original y que aún se usa como residencia real, además de ser la sede del museo local.

Pues bien, el Palacio de los Vientos fue un añadido de la zenana o gineceo, para que las damas de la corte pudieran ver las procesiones a salvo de las miradas del vulgo.

De ahí el extraordinario número de ventanas, novecientas cincuenta y tres, protegidas por purdah (celosías de piedra) y decoradas con dibujos en óxido de calcio blanco (originalmente también había mármol), a través de las cuales soplaba el viento, de ahí el nombre del edificio.

Foto HckmstrRahul

Todos esos vanos se reparten por cinco plantas decrecientes en tamaño hacia arriba, lo que algunos identifican con la corona de Krishna y otros con la cola de un pavo real. Curiosamente, cada uno de esos pisos sólo tiene una estancia y se sube por rampas en vez de escaleras. El espesor de los muros es escaso, de apenas veinte centímetros, lo que, unido a la citada brisa que corría por las ventanas, daba frescor al interior. Cosas del estilo Rajput, de origen mogol, reconocible también en la profusión de arcos polilobulados.


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