Cuando uno viaja por Tesalia, en la zona central de Grecia, y recala en la localidad de Kalambaka, seguramente lleva ya en su agenda la idea de visitar los monasterios de Meteora, un conjunto de antiguos cenobios ortodoxos que forman parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1988 y que tienen como característica el estar en lo alto de inaccesibles riscos de formas redondeadas. Pero además de esa fantástica arquitectura también es recomendable echar un vistazo a las numerosas grutas y oquedades que horadan esas colinas.

Esas cuevas fueron la causa primigenia de que el lugar fuera elegido para esa vida contemplativa, ya que muchos ermitaños se instalaron en ellas para apartarse del mundo y dedicarse a la oración. Después vendrían los monjes a construir sus monasterios, a salvo de los invasores otomanos. Pero hoy no vamos a centrarnos en ellos, principal atracción turística de la región, sino una de esas escarpadas paredes que a veces pasa desapercibida para el viajero común, aunque no para el especializado ni para las gentes nativas.

Se trata del Acantilado de los Pañuelos, un farallón imponente situado en Kastraki, pueblo vecino de Kalambaka, del que lo separa un par de kilómetros. Un sitio algo más tranquilo que el otro, como digo, aunque también se halla al pie de las montañas de Meteora, de ahí que para muchos sea otra opción como punto de partida para la visita típica; Kastraki es más pequeño y sencillo que Kalambaka pero no por ello está falto de alojamientos y restaurantes.

Acantilado Pañuelos 2
Foto El Viajero Incidental

El caso es que constituye un auténtico centro para deportes al aire libre como el trekking o la escalada, esta última contando con el establecimiento ya fijo de varias vías para su práctica. Se puede decir que es un pueblo para escaladores y las paredes rocosas están llenas de placas dejadas por ellos a su paso. Pero escalar no está reñido con conocer las costumbres locales, máxime si alguna de éstas está estrechamente relacionada con esa actividad. Por eso quien visite el lugar en primavera tendrá ocasión de asistir a una curiosa fiesta que tiene su escenario en ese colosal frontón granítico. Concretamente es el 23 de abril, día de San Jorge, cuya ruinosa iglesia está justo en un risco a treinta metros del suelo.

Este santo lleva aquí el apodo de Mantilas, que significa algo así como bufanda o pañuelo del cuello. ¿Por qué? Porque la tradición consiste en llevarle ese tipo de prenda como exvoto para que favorezca la prosperidad y traiga felicidad a las familias, empezando por procurar una buena pareja conyugal. Al parecer es algo originario del siglo XVII, cuando un terrateniente turco que sufrió un accidente al talar un árbol pasó de estar a punto de morir a mejorar… después de que su esposa ofrendara un pañuelo a San Jorge a cambio de su intercesión.

En recuerdo de aquello, el día de la onomástica, los jóvenes de Kastraki escalan las verticales paredes para dejar un pañuelo en una de las grutas, en lo que es una demostración de valor y amor (la mantila, a menudo, es un regalo de su novia). Estos escaladores, popularmente conocidos como mantilarades, llevan los pañuelos colgados de la cintura para tener las manos libres y poder agarrase a los salientes; por supuesto, hoy en día deben ir protegidos con arneses y cuerdas.

Cuando alcanzan su meta, depositan las prendas, que se acumulan año tras año formando un pintoresco telón multicolor, y luego descienden. Abajo, mirando con expectación, se reúne numeroso público de múltiples nacionalidades que amplía y completa así su experiencia en Meteora. También las novias.


  • Comparte este artículo:

Loading...

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.