A mediados del verano de 1876, Estados Unidos quedó conmocionado al enterarse de que el famoso Séptimo Regimiento de Caballería había sido no sólo derrotado sino masacrado en una colina de Montana, junto al río Little Big Horn. El desastre había sido de tal calibre que su propio comandante, el famoso George Armstrong Custer, había muerto y con él otros 268 soldados, librándose el resto por muy poco. La noticia resultaba asombrosa, inaudita, y la opinión pública no pudo aceptarla así como así; no podía ser que un grupo de salvajes pudiera derrotar de pronto a un ejército moderno. Tenía que haber algo más.

En consecuencia, se empezó a especular con teorías conspirativas acerca de cómo pudo haber sucedido aquéllo y una de las más curiosas fue recogida de los rumores populares y propuesta públicamente por un militar: la culpa era de un indio llamado Bisonte que había ingresado en West Point y aprendido los conocimientos necesarios para enfrentarse a los blancos. La cosa fue un poco más lejos y se dijo que aquel indio era el mismísimo Toro Sentado de incógnito.

Un disparate, evidentemente. En primer lugar, la batalla de Little Big Horn respondió a una serie de factores en los que se conjugaron los errores tácticos de Custer con los aciertos de Caballo Loco y Agalla, además de una serie de condicionantes geográficos y psicológicos. Asimismo, Toro Sentado detestaba tanto al hombre blanco que jamás se le hubiera ocurrido infiltrarse en su vida ni aguantado en una academia; ni aún con intenciones aviesas. Sin embargo, no todo era falso en la idea. Bisonte existió realmente.

Toro Sentado hacia 1883/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por aquellos turbulentos días empezaron a circular historias sobre él, la mayoría de improbable autenticidad y, en cualquier caso, no siempre demostradas. Era un joven corpulento, de tez muy morena y larga cabellera, características físicas que le hicieron ganarse el apodo por comparación con los búfalos de las praderas. Según el coronel Fry, del Departamento del Comandante General de West Point, «no sólo aprobó el examen de admisión para cadete [en 1844], sino que continuó en la Academia durante los cuatro años preceptivos, llegando a dominar cada uno de los cursos de instrucción. De carácter, sin embargo, fue de principio a fin una bestia salvaje».

En efecto, parece ser que para celebrar su graduación final, Bisonte se emborrachó y engañó con promesas de matrimonio a una chica del pueblo vecino, por lo cual se enzarzó en una pelea con un oficial. En consecuencia, le negaron el nombramiento y se esfumó. A partir de ahí, tenemos esporádicas referencias de gente que le conoció, excompañeros de academia incluidos: uno lo encontró en California viviendo con los mojave; otro en Nuevo México con los apaches…

Siempre tratando amistosamente con los blancos pero advirtiendo, a la vez, que no pensaba perdonar la injusticia que se había cometido con él por aquel incidente que le costó perder su carrera en el ejército. De todos estos testimonios, recogidos por el oficial que había sugerido su identificación con Toro Sentado, se deduce que en realidad no tenía nada que ver con el célebre jefe sioux. Ahora bien, entonces ¿quién era Bisonte exactamente?

Exploradores y soldados indios en campaña/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El diario Republican de Saint Louis lo aclaró más tarde al publicar una carta de un lector que conocía a sus parientes y que fue corroborada luego por el teniente de caballería Hall, que también era amigo de éstos.

Porque resultó que aquel cadete moreno y bronco ni siquiera era indio sino sobrino de John McLean, senador por Illinois; perteneciente por tanto a una respetable familia, gracias a cuya influencia otro senador llamado Benton consiguió para él su ingreso en West Point, pese a que su padre «era un ferviente whig».

Según estas nuevas, Bisonte se graduó en la misma promoción que el famoso general confederado Thomas Jonathan Jackson (más conocido como Stonewall Jackson desde su victoria en la batalla de Bull Run), pero le perdió «su indómito temperamento». Para más inri, falleció antes de que Custer se metiera en su último avispero: en 1870, cerca de Tubac (Arizona). Paradójicamente, a manos de los indios.


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