En la Edad Media se recogieron un ingente número de milagros, algunos de los cuales todavía permanecen en la memoria colectiva del Cristianismo. San Bernardino de Siena, predicador franciscano (1380-1444), llegó a recopilar al menos 2.447 milagros atribuidos solo a su persona.

Estos milagros podían referirse a curar diversas dolencias, proteger a una persona del peligro, castigar a un malhechor, curar la ceguera o ayudar a alguien a huir de la prisión. En última instancia la razón de que han llegado hasta nosotros se debe a que las más altas jerarquías eclesiásticas debían comprobar si estos milagros era o no auténticos para apoyar una causa de santificación.

Muchas iglesias se convirtieron en lugares de peregrinación muy populares debido a que sus santos locales tenían fama de realizar milagros asombrosos. De eso presumía el clero, que se encargaba de difundir esos hechos inexplicables más allá de su territorio.

En este caso hemos seleccionado los 9 milagros más singulares de la Edad Media.

El cinturón de San Gutlaco

San Gutlaco fue un santo inglés que vivió entre el 675 y 714. Un día se encontró con un hombre que había perdido la razón llamado Ecgga. El puso su cinturón alrededor de la cintura del loco y lo apretó hasta que un demonio salió de su boca. Ecgga nunca se quitó el cinturón y su locura nunca reapareció.

San Kevin y el nido

San Kevin fue un monje irlandés que se cuenta que vivió hasta los 120 años. Una mañana el se desperezaba delante de la ventana de su celda cuando un mirlo se posó en su mano y dejó varios huevos en su palma.

Kevin mantuvo su mano abierta y permitió que la nidificación continuase, sin haberse cansado, hasta que los polluelos salieron de los huevos.

El pájaro que pidió la ayuda de un santo

Había una mujer que tenía un pájaro. Cuando tuvo un dolor ella pidió a gritos la ayuda de Santo Tomás Becket, diciendo: Tomás Santo, ayúdame.

Un día mientras su pájaro estaba fuera de la jaula un cometa cayó del cielo y estaba arrastrando al pájaro con su estela. Mientras esto sucedía la mujer volvió a pedir ayuda al santo: Tomás Santo, ayúdame.

Inmediatamente el cometa dejó libre al pájaro y se estrelló contra la tierra. Mientras tanto el pequeño pájaro voló hacia su propietaria con gran alegría.

La leche de la Virgen María

En la Edad Media se creía que la leche de María, la madre de Jesús era sagrada. En la escena que encabeza el post, perteneciente a un manuscrito bellamente iluminado, vemos a un monje enfermo pidiendo ayuda a la Virgen, ella aparece, expone su pecho y le da la leche que lo cura al instante.

Los mendigos que no querían ser sanados

Jacques de Vitry nos cuenta que las reliquias de San Martín salían en procesión curando a todos los que estuvieran presentes.

Dos mendigos, uno ciego y el otro cojo, vieron eso y dijeron: si somos curados nadie en el futuro nos dará limosnas y tendremos que trabajar con nuestras propias manos. Entonces, el ciego le dijo al cojo: levántame sobre tus hombros porque soy más fuerte y tú puedes ver por donde guiarme.

Ellos trataron de escaparse de la procesión, pero no fueron capaces de alejarse de la muchedumbre y fueron curados en contra de su voluntad.

El pelo que curaba los ojos

En La Vida de San Cutberto, de Veda el Venerable se nos cuenta que un solo pelo de este santo se utilizaba para curar los ojos de los que creían en sus milagros.

La temprana santidad

Algunos santos mostraron su santidad a temprana edad. Se dice que en el siglo IV, San Nicolás ya pudo ponerse de pie el mismo día de su nacimiento; también de niño rechazaba la leche de su madre en días de ayuno.

Aprender una lección de la manera más complicada

Cada 23 de Julio se celebra la festividad de San Apolinar y los vecinos de Gorinchem se suponía que no trabajaban. Sin embargo, un granjero llamado John Haver desoyó la prohibición y fue a recoger sus cosechas.

Mientras estaba en el campo por causalidad se cortó en su pie con su hoz, obligándolo a tomarse el día libre. John dijo que esto no era más que un accidente y no algo causado por el Santo. Al año siguiente volvió a trabajar el mismo día y se hizo daño en una mano.

Pero él dijo que era solo una casualidad, pero entonces saltó sobre una zanja, su puñal se resbaló de su vaina y se lo clavó en el muslo. Finalmente, él dijo que nunca más trabajaría en la fiesta de San Apolinar.

El caballero y la liebre

En los Milagros de San Bavón de Gante, un caballero franco del siglo VII convertido y santificado después, se dice que un caballero perseguía a una liebre destrozó con su corcel las cosechas todavía sin recoger.

Un criado del santo le dio pena de esto y dijo: Ay, San Bavón, ¿por qué no defiendes tu campo? Tan pronto como lo dijo el caballero se cayó del caballo y se rompió su cadera. Al mismo tiempo,la liebre joven tropezó y se rompió el cuello.

Vía: Medievalist


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