¿Nunca se han preguntado cómo fue que la Alemania nazi celebraba la Navidad a pesar de que se trata de una fiesta cristiana que conmemora el nacimiento de un judío y que incita a desear la paz en la Tierra? La respuesta es que la maquinaria de propaganda del Estado le hizo una serie de retoques, cambiándole el sentido e incluso sus elementos característicos.

Cuando Hitler subió al poder en 1933 el país era mayoritariamente cristiano y vivía con alegría esas fechas. Algunas costumbres incluso eran originarias de él, como engalanar un abeto y reunirse en torno a él para hacer los regalos, algó que se difundió por aquellas tierras desde el siglo XVI. Unas fiestas, pues, demasiado populares como para eliminarlas; pero sí se podían adaptar: «Es inconcebible para nosotros -escribía el ideólogo nazi Friedrich Rehm en 1937- que la Navidad y todo su profundo contenido conmovedor sean el producto de una religión oriental.»

Un artículo de la propaganda de 1937 titulado Nuevos significados para costumbres heredadas demuestra el encaje de bolillos que tuvieron que aplicar los nazis para encajar la Navidad en el corsé del nuevo régimen. El texto proponía eliminar el concepto de paz a todos los hombres -al fin y al cabo Alemania estaba rehaciendo su ejército y desarrollando una potente industria armamentística para apoyar su agresiva política exterior- y sustituirlo por unas «vacaciones nacionales de paz interna», paz que únicamente podría alcanzarse eliminando antes a los enemigos del Estado; o sea, izquierdistas, judíos, gitanos y homosexuales.

Decoración navideña con motivos nazis/Imagen: Wolfmann en Wikimedia Commons

El nombre también debía cambiar, puesto que era una referencia al nacimiento de Cristo (Navidad=natividad; Cristo=Christmas), así que se recuperó la denominación germana Weihnachten, término que se había empleado históricamente para definir la fiesta del solsticio de invierno desde época pagana. Aunque, de hecho, a Hitler tampoco le gustaba ese nombre y prefería llamarla Rauhnacht; su significado viene a ser algo así como Noche dura.

Prácticamente ningún símbolo navideño se libró de la remodelación. Las letras de los villancicos que mencionaban a Jesús fueron reescritas, en algunos casos por los propios gerifaltes Alfred Rosemberg y Heinrich Himmler, trocando los buenos sentimientos por alusiones al nacionalsocialismo y hablando del Führer Salvador. Santa Claus, personaje que recordaba al santo cristiano del siglo IV, pasó a ser una encarnación de Odín (dios de la mitología nórdica) a la que el cristianismo había arrebatado su verdadero sentido, ahora recuperado.

Y la decoración navideña se convirtió en un auténtico merchandising del partido. «No podemos aceptar que un árbol de Navidad alemán tenga algo que ver con una cuna en un pesebre en Belén», insistía Rehm. Mucho menos la estrella que lo coronaba habitualmente: si tenía seis puntas recordaba demasiado a la de David; si tenía cinco, a la comunista. En consecuencia, los árboles se remataron con una esvástica, un disco solar germánico o la runa sig que, en versión doble, habían adoptado las SS.

Pero la cosa no quedó ahí. Las clásicas bolas que se colgaban de las ramas fueron postergadas por otros adornos a cual más estrambótico, como cruces de hierro (la condecoración militar más importante), réplicas de granadas de mano, bombillas rojas con la cruz gamada, águilas y similares. En el colmo del kistch se llegaron a poner pequeñas cabezas de Hitler, aunque, todo hay que decirlo, al Führer no le hicieron gracia y las prohibió.

El año 1944 fue el último en que se celebró la Navidad a la manera nazi. Apenas cuatro meses más tarde, Hitler se suicidaba y Alemania se rendía a los aliados, finalizando la Segunda Guerra Mundial y volviendo las aguas a su cauce.



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