Ya podemos ver un impresionante trailer de la película 300, basada en la obra de Frank Miller, y que cuenta la heroíca gesta de los 300 espartanos que al mando de su rey Leónidas resistieron en el paso de las Termópilas el avance del ejército persa.

Al cabo de cinco días de batalla los espartanos (junto con algunos tespieos y tebanos que se habían quedado) fueron derrotados. Su sacrificio fue esencial para que al resto de los griegos les diera tiempo a prepararse para la defensa.

Hasta hoy esta es una de las batallas más memorables y decisivas de la Historia. Pero, ¿quienes eran estos 300 espartanos que murieron luchando lejos de su tierra, por su honor y su libertad? No eran unos ciudadanos cualquiera. Eran el cuerpo de élite del ejército espartano.

Y curiosamente en la Antigüedad no eran los 300 más famosos. Ese honor quedaba para otros 300, el cuerpo de élite del ejército de Tebas llamado el Batallón Sagrado.

El Batallón Sagrado era, como bien dice la Wikipedia, una tropa de élite griega de 150 parejas de amantes (entendido esto en el sentido que se le daba en aquella época), formadas por un miembro de mayor edad y uno más joven. Eran temidos en el combate y respetados por sus enemigos, por una razón muy sencilla que explica Plutarco:

Para hombres de la misma tribu o familia hay poco valor de uno por otro cuando el peligro presiona; pero un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se romperá y es invencible; ya que los amantes, avergonzados de no ser dignos ante la vista de sus amados y los amados ante la vista de sus amantes, deseosos se arrojan al peligro para el alivio de unos y otros.

Invencibles durante toda su existencia, sólo pudieron ser derrotados por las tropas macedónicas de Filipo II y su hijo Alejandro Magno en la batalla de Queronea, en la cual se mantuvieron firmes cuando el resto del ejército tebano huía en desbandada, y 250 de ellos murieron defendiendo a su ciudad y a toda la hélade.

Cuentan que Filipo de Macedonia ante los cadáveres amontonados en una pila y, sabiendo de quienes se trataba, exclamó: «Perezca el hombre que sospeche que estos hombres o sufrieron o hicieron algo inapropiadamente».


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